Ayer les leí a los niños de la biblioteca donde trabajo el libro Oink del norteamericano Arthur Geisert, para la hora del cuento y fue un total éxito.
Les dije al grupo de seis chicos y chicas, entre los cuatro y los seis años,
que ese cuento me lo tenían que contar ellos porque no tenía letras y yo no me
sabía la historia. Esta breve introducción los invitó a entrar en el juego, a
hacerse parte de la historia como creadores, lo que les ayudó a desinhibirse y
echar a volar su capacidad de imaginación que, sabemos, puede ser ilimitada si les
damos las herramientas.
Este es un libro de imágenes donde el único texto escrito que aparece es la
palabra OINK, siempre con la misma tipografía, pero de distintos tamaños, para
dar connotación a lo que "dicen" los cerditos protagonistas. Este es
un detalle que no había notado lo inteligente que era, teniendo en cuenta que
sin importar que los niños sepan o no leer, aprenden a reconocer la imagen de
la palabra cuando se les explica ese detalle y logran descifrarla cada vez que
aparece en el cuento, pequeña, grande o larga.
Así, los niños van contando la historia de los cerditos, que a primera vista
puede parecer muy simple, pero que, con las interpretaciones libres de los
chicos, puede tomar ribetes peculiares e irrepetibles, porque ellos incorporan parte
de su propia realidad en ella. Es decir, termina siendo una historia en la que
ellos pueden reflejarse absolutamente.
Les cuento esta experiencia para que hagan la prueba. Otros libros con los
que he trabajado este tipo de lectura han sido Un
día de pesca de de Béatrice Rodriguez -secuela de Ladrón
de gallinas- y La sorpresa de
Sylvia van Ommen.
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